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Reflexiones de un terapeuta impotente

Por Dani Sazo

La exigencia del impotente sexual es agotadora. Cree que no lo ha intentado lo suficiente y por ello, como Sísifo está condenado a subir y bajar convencido de que podrá alcanzar la cima de la ladera, pero la piedra siempre acaba rodando cuesta abajo. Realmente su vida sexual es pura masturbación porque ya no hay relación alguna; ha dejado de mirar al Otro a los ojos. El disfrute se ha consumido en una mórbida y permanente autoevaluación. Paradójicamente, el impotente está convencido de que su erección es todopoderosa y que sin él jamás habrá goce.


Asimismo, se puede encontrar el psicoterapeuta exhausto en su consulta, agotado de buscar en sí mismo las soluciones a todas las desdichas de sus pacientes. He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. “¿Estoy haciendo las preguntas correctas? ¿Qué tengo que decir ahora? ¿Cómo voy a salvar a esta persona?” ¡Qué cruz! Pero así es el poder. El poder de cambiar a las personas, el poder de saber que te necesitan. No es extraño que a mediados del siglo XX Foucault concibiese la historia de la psiquiatría y la psicología como una forma de segregación y control social[1]. Nos habíamos olvidado del Otro, ensimismados en nuestra capacidad de distinguir entre los “normales” y quiénes necesitaban ser salvados ¡Curiosa Historia de la locura [2]!


Lo triste es descubrir que detrás de toda esta perfección y omnipotencia no hay más que pavor al fracaso. Por lo menos así lo describen Begoña Rojí y Raúl Cabestrero[3] al hablar de la actitud del terapeuta respecto al poder. Cuanto más inadecuada perciba su competencia profesional, mayor será la lucha del terapeuta por controlar el contenido y la dirección de la sesión. Así también explican estos autores la irritación del psicoterapeuta cuando los pacientes desobedecen o se resisten a sus prescripciones. “Resistencia” o “Poca adherencia al tratamiento” son algunas de las palabrejas que hemos acuñados los psicólogos para negar la imposibilidad de ser todopoderosos.


Me recuerda a “Los tres Cristos de Ypsilanti” (1964), la controvertida obra de Milton Rokeach que describe el encuentro y las conversaciones reales de tres pacientes psiquiátricos que afirmaban ser el Mesías. El libro comienza con una frase de Bertrand Russell: “Todos los hombres querrían ser Dios, si fuera posible; algunos encuentran difícil admitir esa imposibilidad”. La sorpresa está en descubrir que en realidad eran cuatro Cristos y no tres, ya que en siguientes ediciones Rokeach, psicólogo encargado de organizar estos encuentros, añadiría una disculpa en la que reconocía que “realmente no tenía el derecho, ni siquiera en nombre de la ciencia, de jugar a ser Dios e interferir en la vida cotidiana de aquellos hombres”[4]. Al menos parece que el encuentro sirvió para que uno de ellos se recuperase de su delirio.


Dedicarse a la psicoterapia profesional implica necesariamente mantenerse formado en técnicas terapéuticas y estar al tanto de las investigaciones que mejoran la práctica clínica. Pero es importante recordar, como bien decía Carl Whitaker, que “si el terapeuta se deja seducir y cae en un delirio de grandeza, la terapia se vuelve inútil”. Al fin y al cabo, “la única persona que puede vivir la vida del paciente es el paciente mismo”. Inspirado por el impacto de los movimientos pacifistas, este peculiar terapeuta familiar recordaba a sus alumnos que la forma más eficaz de escapar de la tentación de ser Dios en la consulta es declararse impotente[5].


Tras finalizar el tratamiento, un psicoterapeuta le preguntó a su paciente qué era lo que más le había sido útil durante las sesiones. La paciente respondió con otra pregunta: “¿recuerda aquella ocasión en la que un abejorro revoloteaba por la ventana?”[6]. ¡Cómo olvidar aquella sesión! El terapeuta, alérgico a las abejas, había acabado debajo de la mesa aterrorizado mientras la paciente ahuyentaba al insecto por la ventana. La paciente reconoció que desde aquel día el terapeuta dejó de parecerle una persona perfecta e inaccesible, lo que le permitió abrirse y a partir de ahí, según ella, “todo empezó a encajar”.


Parece, por tanto, que la debilidad es el camino[7] para una relación terapéutica sana y útil. Como cristiano, este aspecto de mi profesión siempre me ha conmovido profundamente, sobre todo en estos últimos años, a raíz de mi experiencia participando en un Equipo Reflexivo. A mediados y finales de los ochenta, en el norte de Noruega, Tom Andersen y su equipo multidisciplinar buscaban cómo mejorar la eficiencia y la calidad del servicio público de salud mental. En la cruda región de Tromso, este optimista y empedernido equipo de trabajo comienza a reunirse con terapeutas e investigadores de todo el mundo influidos por la psicología sistémica y el emergente construccionismo social, convencidos de que la colaboración entre profesionales e instituciones era vital para la recuperación de sus pacientes.


Esta visión sistémica llevó a Andersen y a sus colegas a trabajar en equipo durante las sesiones de terapia. El equipo observaba el transcurso de la terapia detrás de un espejo bidireccional y en un momento dado, el terapeuta que dirigía la sesión pasaba al otro lado para escuchar las ideas y recibir apoyo del resto de profesionales. Sin embargo, un día ocurre lo inesperado: después de llegar a un punto muerto en medio de una sesión de terapia familiar, el equipo invita a la familia y al terapeuta a escuchar sus reflexiones. Encienden la luz detrás del espejo e inician un diálogo sobre la sesión que está teniendo lugar. Al acabar la conversación del equipo y desconcertados por esta intervención, tanto el terapeuta como la familia comienzan a comentar las ideas que acaban de discutirse. El ambiente había cambiado, la tensión de la sesión desaparece y fluyen nuevas maneras de tratar el problema. Ahora, eran los pacientes los que observaban y escuchaban a los profesionales para después comentar su conversación ¡los roles se habían intercambiado!


De esta manera surge el Equipo Reflexivo y desde entonces, esta metodología y sus bases conceptuales han ido poco a poco marcando una pauta en la práctica clínica, incluso en la formación y supervisión de terapeutas noveles alrededor del mundo. Así descubro esta forma de trabajar de la mano del profesor Miguel Garrido Fernández (Universidad de Sevilla), cuyo humor[8] y perspectiva terapéutica[9] han inspirado muchas de las reflexiones que comparto en estas líneas. A través de un convenio con la universidad, Garrido dirige al equipo reflexivo[10][11] en el que participo en los Servicios Sociales de San Pablo, un barrio obrero de la ciudad.


No deja de entusiasmarme la grata sorpresa de las familias a las que atendemos cuando descubren la actitud y la metodología del equipo. Algunas de ellas han pasado por numerosos tratamientos y consultas psicológicas. Están agotadas de recibir diagnósticos y pronósticos lúgubres en sesiones de pocos minutos con profesionales que, en muchos casos, apenas volverán a ver. De pronto, se encuentran con un equipo de personas que muestran interés por sus ideas y que les invitan a dialogar sobre lo que piensan los profesionales. Los niños se asoman al otro lado del espejo para comprobar que no somos policías espiándoles. Los padres se ponen nerviosos con las cámaras hasta que se dan cuenta de que los terapeutas también están siendo observados.


Influenciado por el pensamiento de autores como Humberto Maturana y Gregory Bateson, Tom Andersen considera que este carácter democrático del Equipo Reflexivo, se fundamenta en una concepción de la realidad como “la realidad del que la percibe”[12]. Andersen cree que “el constructivismo radical […] no niega la realidad ontológica- simplemente le niega al humano que la experimenta la posibilidad de adquirir una representación verdadera de la misma”[13]. De ahí la posición humilde, y en cierto modo más amable del método noruego. El terapeuta y el paciente dialogan sobre los diálogos de otros profesionales, ya que “ninguna descripción será mejor que las demás; todas son igualmente válidas”[14]. Dios ha muerto. Ahora es sólo un terapeuta con curiosidad y buenas preguntas.


¡Qué difícil es aceptar la condición de mortal! Sobre todo, para los sanitarios, quienes siempre hemos sido alabados por nuestra capacidad para ser ejemplo de nuestros hermanos, consolar a mamá y cuidar de papá. Este descenso de las nubes no es nada fácil. Hay quien en el proceso acaba casándose, haciendo un máster o escribiendo un ensayo. Sin embargo, supongo que como cristiano estaba destinado a acabar sucumbiendo a esta realidad en cualquier momento. Lo débil del mundo escogió Dios. Imagino que por eso, hace más de un siglo, G. K. Chesterton al hablar de la democracia diría que “hay algo psicológicamente cristiano en la idea de buscar la opinión del marginado en lugar de optar por el recurso de aceptar la opinión de los prominentes”[15]. Ninguna descripción será mejor que las demás; frente al Dios de La Biblia todas son igualmente inválidas. Por ello, creo que, en esencia, lo que une al terapeuta cristiano con sus pacientes es esa “conciencia común de la debilidad humana”[16], la necesidad de un Salvador.


Esta declaración de impotencia, que podría suponer la más profunda decepción y desesperanza para la humanidad, es en realidad el principio de la liberación y el fin de las exigencias para el cristiano. En sus “Meditaciones nocturnas de un terapeuta familiar” (1989), Whitaker afirma que “una de las grandes cualidades del consejero sacerdotal” es que tiene una mirada positiva incondicional “incorporada”[17]. Esta consideración incondicional se refiere a la actitud de aceptación del terapeuta frente al paciente, “un sentimiento positivo que se exterioriza sin reservas ni juicios” [18], muy similar al amor de una madre por sus hijos independientemente de lo que estos hagan.


Según Whitaker, en su creencia de ser hijo de Dios, el terapeuta cristiano ha recibido el regalo de una mirada incondicional total que le permite ser más espontáneo y libre. Nada hay que le pueda separar del amor del Padre. Por supuesto, el terapeuta debe ser profesional y tendrá que formarse, pero está convencido de que sólo hay un Salvador, una sola cruz, un sacrificio una vez y para siempre. Consumado es.


Supongo que es así como uno comienza a relajarse. Es en ese descanso en el que uno puede reconocer abiertamente que es impotente. Entonces, se eleva la mirada, nos encontramos con el Otro. Comienza el juego de miradas, las conversaciones hasta las tantas; la mano del amante cruza la ventana y casi sin darnos cuenta, estamos en la cama, extasiados en un goce inesperado.


Author Bio


Daniel Sazo vive en Sevilla junto a su esposa, Dámaris y sus dos perritas, Noa y Milú. Como psicólogo sanitario trabaja en un centro médico y en su propia consulta privada. En la actualidad se encuentra finalizando un Máster en Psicoterapia Relacional (Universidad de Sevilla), donde participa en el Servicio de Orientación y Terapia Familiar de los Servicios Sociales de San Pablo. Es miembro y diácono de la Iglesia Bautista Fe de Sevilla.


References

[1] Bertrando, P. y Toffanetti, D. (2004). Historia de la terapia familiar: los personajes y las ideas. Paidós: Barcelona. p. 120

[2] Foucault M. (2006) History of Madness. Publicación original 1961. Trad. Jonathan Murphy. Routledge: Nueva York.

[3] Rojí, B. y Cabestrero, R. (2004). Entrevistas y sugestiones indirectas: entrenamiento comunicativo para jóvenes psicoterapeutas. UNED: Madrid. p. 95

[4] Rokeach, M. (2011) The three Christs of Ypsilanti. Publicación original 1964. Epílogo de 1981. New York Review Books: Nueva York. pp. 335-338.

[5] Whitaker, C. (1992). Meditaciones nocturnas de un terapeuta familiar. Publicación original 1989. Trad. Jorge Piatigorakg. Paidós: Barcelona. p. 251

[6] Anécdota real sacada de Friedlander, M., Escudero, V. y Heatherington, L. (2009). La alianza terapéutica: en la terapia familiar y de pareja. Publicación original 2006. Trad. Matilde Jiménez. Paidós: Barcelona. p. 15

[7] Sacado del título de Packer, J. (2013). Weakness is the way: Life with Christ Our Strength. Crossway: Illinois.

[8]Garrido, M. (2021). Psicoterapia y sentido del humor: fundamentos, modelos y aplicaciones. Letra Minúscula.

[9] Garrido M. (2009) El desarrollo de la Terapia Familiar en Andalucía, desde mi experiencia docente e investigadora. Apuntes de psicología. 27 (2-3), 163-172. https://idus.us.es/bitstream/handle/11441/60173/el%20desarrollo%20de%20la%20terapia%20familiar.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[10] Jaén, P. (2001) Evaluación y terapia de pareja sistémico constructivista de matrimonios con miembro jugador patológico. Tesis doctoral, Universidad de Sevilla. https://idus.us.es/handle/11441/47906

[11] Marcos, J. (2010). Evaluación de la eficacia de un programa de Psicoterapia Multifamiliar con Equipo Reflexivo en adictos a opiáceos en tratamiento con metadona. Tesis doctoral, Universidad de Sevilla. https://idus.us.es/handle/11441/16000

[12] Andersen, T. (1994). El Equipo Reflexivo: diálogos y diálogos sobre los diálogos. Trad. Daniel Zadunaisky. Gedisa: Barcelona. p. 48

[13] Andersen citando a Ernst von Glaserfeld en Andersen (1994) p. 48

[14] Ibid. p. 47

[15] Chesterton, G. K. (2013) Ortodoxia. Publicación original en 1908. Trad. Miguel Temprano García. Acantilado: Barcelona. p. 158

[16] Tournier, P. (2002). La culpa y la gracia. Publicación original 1958. Trad. Elena Flores Sanz. Andamio: Barcelona. p. 148

[17] Whitaker (1992) p. 257

[18] Rogers, C. (2006). El proceso de convertirse en persona: mi técnica terapéutica. Publicación original 1961. Trad. Lihana R. Wainberg. Paidós: Barcelona. p. 49

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